La actividad de escribir, cuando no es la construcción de un discurso organizado con paciencia a través de un trabajo profundo y maduro, fruto de un largo ejercicio, sino que es literatura padecida, incontenible, determinada, a menudo sin un preciso proyecto creativo que sepa desde el principio dónde va a parar, produce resultados que casi siempre crean problemas para el lector, resultados que corresponden a los mismos problemas que atajan al autor. El problema se amplifica en Ser Ricardo Montero, por ser su discurso narrativo el fruto no de una trama que es parte de un género ya codificado, sino que la mezcla de varios géneros (diario, crónicas, memorias, leyenda, biografía, autobiografía); mejor dicho, más que una mezcla, la negación o la superación de todo género. Si a eso se le añade que esta novela alterna las formas del ensayo con las formas de la narración en su sentido más proprio y alterna también la ficción fantástica o imaginaria con imágenes y recuerdos reales y vividos por el mismo autor –dando vida a una escritura narrativa existencial de introspección, reflexiva y de memoria relacionada con los modelos de comunicación de los actuales social networks– la situación para el lector puede llegar a ser ardua.