La guerra civil y el triunfo en la misma de Franco supusieron el fin del excepcional momento cultural que España había vivido en los primeros treinta años del siglo XX. La nueva cultura oficial proyectó, de forma además inundatoria, los principios y valores del nuevo régimen: exaltación nacionalista, glorificación del espíritu y los valores militares, ferviente catolicismo, Hispanidad, y preferencia por formas y estilos clásicos y tradicionales. Aunque hubo intelectuales y escritores –intelectuales falangistas, intelectuales católicos, intelectuales monárquicos– que o apoyaron al régimen o se acomodaron a él; aunque hubo iniciativas que con el tiempo fructificarían positivamente (la Quincena Musical de San Sebastián, la creación de la Orquesta Nacional, los festivales de música de Santander y Granada…), y publicaciones y obras de interés (la revista Escorial, el Concierto de Aranjuez de Rodrigo, el teatro de humor de Jardiel Poncela, la alta comedia de Foxá, Neville y Pemán, Tres sombreros de copa de Mihura, La muralla de J. Calvo Sotelo, novelas de Agustí, Zunzunegui, Luca de Tena, Lola, espejo oscuro de Darío Fernández Flórez, Los cipreses creen en Dios de Gironella, etc.), la cultura de la posguerra, sometida a una rigurosa y doble censura política y eclesiástica, fue, valorada en conjunto, la expresión de un desolador prosaísmo.
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